La inocencia perdida
Hablemos de quien pierde la inocencia no por falta de amor, sino por haber sido, quizás, en exceso observador de las conductas erráticas humanas y de la finitud de su naturaleza. Y aun así, con una inocencia genuina, intenta creer, aunque en el fondo siempre sepa que va a sufrir otra gran desilusión.
Hablemos de lo lindo de esos instantes donde uno parece estar sumergido en un amor único, auténtico, leal. Pero a la vez, el dolor se entromete, recordando que hay que protegerse, porque nada, nunca, es lo que parece.
Hablemos de esos instantes que solo existen mientras duran, aunque prometan ser eternos.
Hermann Hesse escribió sobre la maravilla del instante y su triste marchitar, sobre la desesperanza de la vida humana y sobre esa verdad desconsolada que aparece cuando se comprende la condena a lo perecedero y el flotar constante en lo inseguro.
Pero también escribió sobre lo lúdico, sobre lo infantil, sobre las ganas de perder el tiempo; sobre no tomarse la vida demasiado en serio y sobre la seriedad como una sobrevaloración del tiempo.
Durante años leí mucho. Después empecé a publicar. No textos: mi cuerpo, mi tiempo, mi presencia.
Habitar el mundo se volvió supervivencia física, una lobotomía necesaria ante la desesperanza de la vida humana, ante esa verdad desconsolada, para no sentirlo todo, para seguir jugando cuando sentir se volvía demasiado.
Hoy vuelvo a Hesse y algo encaja. Intentar conservar, fijar, dar duración no siempre es profundidad: a veces es miedo a aceptar lo finito.
Amar —como vivir— no es capturar el instante, sino habitarlo sin mentirse.
Aceptar que hay verdades que existen solo mientras duran, y que no por eso son menos reales.
“La eternidad no es más que un instante que alcanza justo para hacer una broma.”
Hermann Hesse
No duele porque haya sido falso, sino porque fue verdadero —solo— mientras existió.
Y eso condena, una y otra vez, a lo existente a un mismo desenlace: la eternidad, la lealtad, el deseo, el amor solo duran un instante.
Quizás, algún día, lo suficiente como para coincidir con la broma de nuestra propia existencia.
Y entonces sí, vivir felices por siempre.